ANTES DEL NACIMIENTO
Las creencias lakota indican que una parte del espíritu de la persona,
llamada «tun», vive eternamente y vuelve periódicamente
para encarnarse en un recién nacido. Sin el «tun» el
bebé no podría vivir. Como el «tun» viene de otra
parte, cuando nace el niño la gente dice: «hoksicala wan icimani
hi» (un bebé viajero ha llegado).
EL REGRESO DE «TUN»: EL NACIMIENTO
Todos los niños, especialmente durante su primer año de vida,
son considerados «wakan» (sagrados). Los Lakota creen que durante
ese período es imprescindible tratar a los niños de forma
conveniente.
En el momento del nacimiento, la comadrona -a menudo la abuela o una tía
de la madre- corta el cordón umbilical con un cuchillo afilado y
limpia la boca del bebé. También prepara la placenta envolviéndola
en un trozo de piel de ciervo y colocándola en lo alto de un árbol
para que los animales no puedan encontrarla y no ejerzan ninguna influencia
nefasta sobre el recién nacido. Los abuelos hacen un saquito de piel
con la forma del lagarto de las arenas (animal altamente considerado por
su longevidad) al que llaman «t'elanunwe» (el que parece que
va a morir y revive) donde ponen el cordón umbilical.
«WINCIKALA», LA INFANCIA
Más tarde el «t'elanunwe» se coloca en la cuna y después
en una de las trenzas de la niña. Creen que si el cordón se
tira o no está suficientemente a la vista el niño será
demasiado curioso. Así que, muchas veces, cuando el niño es
demasiado curioso, los adultos le preguntan : «Cepka, oyale he?»
(¿Buscas tu cordón umbilical?).
Chicas y chicos reciben un nombre que puede referirse a un hecho natural
destacado, a un pariente, a un miembro destacado de la tribu ya muerto o
a un hecho histórico que el «tiyospaye» (familia extensa)
juzgue importante. También reciben un nombre ritual que es utilizado
por el «Tyapaha» (anunciador) en el transcurso de ceremonias
especiales como la Danza de la Victoria.
Al primer nacido se le llama «witokapa» si es niña
y «wikatikapa» si es niño. Al último que nace
se nombra «hakela» o «hakokta» según sea
niño o niña.
Los nombres femeninos se distinguen de los masculinos por un sufijo. Así,
por ejemplo, el nombre masculino «Mahpiya Ska» (Nube Blanca)
se convierte en el femenino «Mahpiya Ska Win».
El aprendizaje a través de juegos y de leyendas
La niña jugaba con muñecas y tipis en miniatura. Cuando era
suficientemente grande para montar a caballo (a los tres o cuatro años),
se le daban accesorios de mujer parecidos a los de su madre: una funda de
cuchillo, una caja de leznas y un raspador (herramienta para curtir pieles).
Una chica podía jugar tanto con los chicos como con las otras chicas,
pero sólo entre ellas podían jugar al «Skatapi cik'ala»
en el que imitaban las actividades de las mujeres -llevando muñecas
a la espalda, estacas de tipi, caballos de madera, levantando tipis, cocinando
o dando de comer a los niños, etc.-. A través de estos juegos
los niños aprendían la cultura de la tribu y el comportamiento
que debían adoptar con respecto a los otros miembros de la comunidad.
Los juegos no son simples actividades de esparcimiento. Muchos tienen
un contenido ritual como el «tapa wankayeyapi», que se desarrolla
como un juego, pero que, de hecho, es una lección ritual. Los niños,
desde muy pequeños, tenían ocasión de ver y seguir
el desarrollo de las grandes ceremonias. Se les enseñaba a tratar
la pipa sagrada con respeto, a no manipularla en contra del sentido común
y a extraerla de su funda con cuidado.
Al anochecer, alrededor del fuego, las niñas y los niños
escuchaban con impaciencia a los contadores de historias que narraban las
«ohunkakan» (historias para reír) y las «wikowokaye»
(leyendas). Las «ohunkakan» tenían como función
enseñar las buenas maneras y las conveniencias del comportamiento
social indicando además aquello que se debía evitar. Tenían
a menudo como protagonistas a personajes mitológicos como «lktomi»
(la araña), héroe en la cultura lakota. Las «wikowokaye»
relataban hechos importantes de la historia lakota, normalmente relacionados
con el mundo espiritual. A través de ellas, los lakota podían
enseñar el pasado e incorporar los acontecimientos vividos al presente.
Conforme las niñas iban creciendo, madres y abuelas se mostraban
vigilantes, ya que pronto la infancia acabaría y llegaría
para ellas el momento de «tankake» (convertirse en mujer) que
sería anunciado a todo el «Tiyospaye».
«WIKOSKALAKA», LA ADOLESCENCIA
La maduración fisiológica de las chicas lakota implica además
cambios en su status social y ritual. La transición de la infancia
a la adolescencia en la vida de una mujer está decididamente marcada,
mientras que pasa casi inadvertida en la vida de un hombre.
Cuando llegaba el primer ciclo menstrual, la chica era conducida a un
tipi nuevo, más allá del círculo del campamento. Una
mujer de su familia o elegida por su reputación irreprochable, cuidaba
de que no faltara nada y la educaba en sus nuevas obligaciones como mujer
y futura madre.
Los lakota creen que las influencias que rodean a una joven mujer en sus
primeras reglas son determinantes para su futuro. Los primeros paquetes
menstruales eran cosidos en suave piel de ciervo y guardados con cuidado.
El periodo menstrual estaba acompañado de una serie de prohibiciones
que impedían a la adolescente cocinar, tocar la comida, estar cerca
de los hombres o de sus armas y manipular la pipa sagrada y las hierbas
medicinales.
Lo mismo que un chico podía buscar su visión en cuanto su
voz comenzaba a cambiar, la mujer podía hacerlo envolviendo su primer
flujo menstrual y colocándolo en un árbol.
Cuando llegaba a la edad adulta, los padres realizaban un rito importante:
«Isnati awicalowanpi» (ellos cantan sobre sus primeras reglas)
durante el que se invocaba al Espíritu del Bisonte Blanco intentando
asegurar a la iniciada las principales virtudes de una mujer lakota: castidad,
fecundidad, amor al trabajo y hospitalidad.
Las mujeres aprendían las virtudes de la Mujer Bisonte Blanco.
Para protegerlas de los hombres impúdicos que recorrían el
campamento por la noche y se arrastraban bajo los tipis para acostarse con
las jóvenes, las madres abrochaban a sus hijas púberes unos
cinturones de castidad en cuero crudo. La virginidad estaba además
garantizada por el hecho de que las jóvenes estaban permanentemente
acompañadas de una «carabina», normalmente la abuela.
A esta edad, la joven se concentraba en actividades de mujeres como la
cocina, el curtido y la unión de pieles de bisonte para la confección
de tipis. Pero, además, tenía una serie de funciones establecidas
por los Siete Ritos Sagrados revelados por la Mujer Bisonte Blanco. Uno
de los más importantes consistía en participar, en tanto que
mujer virgen, en la Danza del Sol. Durante este rito, cuatro vírgenes
daban los cuatro hachazos que derribaban el árbol alrededor del cual
el resto de los participantes danzaban. A cada una de las vírgenes
correspondía una dirección y golpeaban con el hacha siguiendo
el orden siguiente: Oeste, Norte, Este y Sur.
Las mujeres jóvenes eran muy preciadas en el seno de las sociedades
guerreras. Ellas tenían sus propias sociedades de mujeres, como,
por ejemplo, la «Wipata Okolakiciye», hermandad en la que las
miembros aprendían las técnicas del bordado con púas
de puercoespín según las instrucciones visionarias emanadas
de Anukite (la Mujer Doble, también llamada Mujer Ciervo). Otra sociedad
importante era la formada por las mujeres expertas en el curtido de pieles
que se reunían para fabricar los tipis en grupo. «Trepad
a la cima de una colina y buscad una mujer del otro lado».
Antes del cortejo, hombres y mujeres eran instruidos en lo relativo a
la mejor elección del cónyuge, preferiblemente de otro «Tiyospaye».
Los ancianos reunían a los niños y les aconsejaban: «Chicos,
no busquéis una mujer en la esquina de vuestra morada» («Takoja,
tiokahmi etan tawikutun sni po»).
Se enseñaban cuidadosamente las relaciones de parentesco para que
ellas y ellos supieran bien quien era o no elegible en previsión
de un matrimonio. Los hombres adultos solían decir a los jóvenes:
«Trepad a la cima de una colina y buscad una mujer del otro lado».
Aunque la vigilancia sobre las mujeres jóvenes era estricta, había
ocasiones durante las que podían librarse de las mujeres adultas
y encontrarse con el chico que les gustara. El mejor momento tenía
lugar al ir a buscar agua al río. La chica podía tomar un
camino que no se viera desde el campamento y el chico la esperaba y le tiraba
del vestido o le arrojaba pequeños guijarros. Si ella quería
responder a sus atenciones, podía retrasarse un poco y hablarle.
Si no, ella seguía en sus faenas como si nada pasase.
Pero el procedimiento habitual para una joven era esperar fuera de su
tipi al caer el sol, charlando con una pariente o amiga de su edad. Ellos,
impacientes (y podían ser muchos), avanzaban lentamente formando
una fila delante de ella. En ese momento, la acompañante se alejaba,
dejándola hablar con cada uno de sus pretendientes. Claro que los
parientes mayores estaban dentro del tipi de tal manera que podían
observar a cada uno de los chicos que se aproximaban. Cada uno esperaba
su turno y cuando llegaban junto a ella, la tomaban en sus brazos y le ponían
sobre los hombros la manta de cortejo. Esta práctica recibe el nombre
de «sina aopemni inajinpi» (de pié con la manta). Cada
uno le contaba sus hazañas guerreras o su habilidad en la caza. La
elección de ella se fundaba en los actos del joven que eran escrupulosamente
evaluados por la familia de ella. Pero en el éxito de las conversaciones
intervenían otros factores. La mayor parte de los pretendientes venían
armados con la Medicina del Alce que tenía la reputación de
poner a la joven bajo el encanto de su propietario. Más tarde, durante
la noche, se podía oir el sonido de las «siyotanka» (flautas
de amor) tocando suaves melodías. A menudo, la mujer podía
reconocer al flautista por su música.
En el momento de la elección reinaba en el campamento una gran
excitación. Normalmente los padres consentían el matrimonio,
pero había casos en los que el matrimonio era arreglado por los padres
sin la opinión de los jóvenes. En estos casos los verdaderos
enamorados emprendían la fuga y se refugiaban en otra banda lakota.
El matrimonio aportaría nuevas responsabilidades y una infinidad
de nuevos parientes. Era, por tanto, muy importante aprender correctamente
los términos de parentesco. En lakota, la palabra que designaba matrimonio
era «okiciyuce» (unirse) y las formalidades acostumbradas consistían
en gran parte en una serie de intercambios de regalos entre los familiares
de los jóvenes esposos.
Las madres decían: «Cuando una hija se casa, desaparece para
siempre, pero cuando un hijo se casa, recibes una nueva hija». La
ceremonia de matrimonio implicaba esencialmente un cambio de residencia
para la esposa que debía unirse al hogar familiar de su marido. Podía
pasar mucho tiempo antes de que la banda de su marido y la de su padre se
encontraran.
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